jueves, 28 de noviembre de 2013

Palidez

Palidez

Sus ojos palidecieron al compás de la historia,
no existían rasgos de incertidumbres que pudieran mostrar
el descaro de sus lágrimas en su recorrido habitual;
pues esa pena,
la que llevaba entre la palidez de sus ojos y de sus entrañas,
era notoria en los abriles de cada año,
era notoria en la existencia de las alegrías ajenas,
era notoria en lo que sus pensamientos rescataban,
siempre notoria... siempre notoria.

El punto final que nunca había llegado
se mostraba ahora y cada vez con más frecuencia,
los tiempos ya no eran los mismos,
ya no era la entrega desmedida a los demás
y ya tampoco el viejo reclamo perdido en iconos de viento;
todo y casi todos habían cambiado,
casi todos menos él,
su semblante delataba angustias postergadas
- consecuencias del viejo reclamo -
y su hosca voz se había convertido en su peor enemiga,
sus reclamos ya no eran al viento,
a la luna, al camino, al destino,
su voz le anidaba en el alma recuerdos vivos
de amigos muertos,
de hechos inciertos que ciertamente quedarían
sin resolver,
pero su voz ya no escondía tiempos fugaces,
sólo le recordaba
que la palidez de sus ojos ya tenía un dueño,
y que era cuestión de tiempo entregarla.

Ahora miraba el crepúsculo con pena,
y la palidez de sus ojos ahora enrojecía,
rojo como la sangre,
rojo como la vida,
rojo como la entrega de la vida misma.
Por el surco habitual horadado en su piel,
se deslizaban siete lágrimas,
siete lágrimas que databan historia,
una lágrima por cada día.
Ahora su piel que quiere ser pasado,
se vuelve contra sus venas que han echado raíces
en las memorias de todos los tiempos,
reclamando, profiriendo, gritando y gritando;
pero la palidez temprana de sus ojos tiene dueño,
y el desvelo es a tiempo de retrasar la cita,
que tiene con la muerte.

 Mito 21 de Diciembre de 1,994

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