Palidez
Sus ojos palidecieron al compás de la
historia,
no existían rasgos de incertidumbres que
pudieran mostrar
el descaro de sus lágrimas en su
recorrido habitual;
pues esa pena,
la que llevaba entre la palidez de sus
ojos y de sus entrañas,
era notoria en los abriles de cada año,
era notoria en la existencia de las
alegrías ajenas,
era notoria en lo que sus pensamientos
rescataban,
siempre notoria... siempre notoria.
El punto final que nunca había llegado
se mostraba ahora y cada vez con más frecuencia,
los tiempos ya no eran los mismos,
ya no era la entrega desmedida a los
demás
y ya tampoco el viejo reclamo perdido en iconos de viento;
todo y casi todos habían cambiado,
casi todos menos él,
su semblante delataba angustias
postergadas
- consecuencias del viejo reclamo -
y su hosca voz se había convertido en su
peor enemiga,
sus reclamos ya no eran al viento,
a la luna, al camino, al destino,
su voz le anidaba en el alma recuerdos
vivos
de amigos muertos,
de hechos inciertos que ciertamente
quedarían
sin resolver,
pero su voz ya no escondía tiempos
fugaces,
sólo le recordaba
que la palidez de sus ojos ya tenía un
dueño,
y que era cuestión de tiempo entregarla.
Ahora miraba el crepúsculo con pena,
y la palidez de sus ojos ahora
enrojecía,
rojo como la sangre,
rojo como la vida,
rojo como la entrega de la vida misma.
Por el surco habitual horadado en su
piel,
se deslizaban siete lágrimas,
siete lágrimas que databan historia,
una lágrima por cada día.
Ahora su piel que quiere ser pasado,
se vuelve contra sus venas que han
echado raíces
en las memorias de todos los tiempos,
reclamando, profiriendo, gritando y
gritando;
pero la palidez temprana de sus ojos
tiene dueño,
y el desvelo es a tiempo de retrasar la
cita,
que tiene con la muerte.
Mito 21 de Diciembre de 1,994
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